En la saga Matrix (1999) veíamos cómo bastaba con enchufar un ordenador al cerebro de Neo, cargar diferentes programas y este podía aprender todo tipo de habilidades tan complejas como pilotar un helicóptero militar, manejar sofisticadas armas o dominar diferentes artes marciales y todo en cuestión de segundos ¿Te imaginas que fuera así de fácil también para mejorar los hábitos? Introducir por medio de un plug cerebral un usb con un programa para cada necesidad: “aprender a comer”, “técnicas de entrenamiento muscular”, “cocina sana”, “bailar tango, nivel maestro”… En unos minutos, despertar de estos chutes de terabytes de información, con estas habilidades ya instauradas para siempre.
La realidad dista mucho de esta fantasía. Cuando hablamos de cuidar la salud, desinstalar del disco duro el programa de autodestrucción que muchos tenemos sin saberlo, resetear el sistema e instalar un nuevo programa de autocuidado y conciencia, es lo que los psicólogos llaman, desaprender para volver a aprender y es un proceso que puede durar desde unas semanas hasta años en algunos casos.
Unas veces solo hace falta un profesional de la nutrición para encaminarse y otras, se necesita psicólogo, preparador físico, endocrino, cirujano bariátrico, fisioterapeuta, etc. y aun así no hay garantías. Depende de muchas cosas. La edad, por ejemplo.
Con los jóvenes es más fácil. Cuando viene a la clínica un adolescente de entre 14 y 18 años en un avanzado estado de obesidad, se comienza a tratar a toda la familia y casi siempre se revierte la situación y mejora la familia entera. Cuanto mayor es la persona, por norma general, más complicada se vuelve esta tarea. Décadas y décadas de condicionamiento y conocimientos erróneos entorpecen bastante la labor.
Hoy quiero hablarte de las personas que están ya en el camino del cambio ¿Qué pasa cuando parece que por fin lo están consiguiendo y vuelven a caer?, ¿cuáles son los mecanismos y las trampas que sin darse cuenta ellas mismas se tienden? Es un tema bastante complejo, pero voy a señalarte cuatro errores que he visto repetirse una y otra vez a lo largo de los últimos 10 años, en los que he atendido a más de dos mil pacientes.
1. Expectativas estéticas surrealistas: motivación equivocada
Vas al nutricionista y le hablas como si fuera un cirujano estético:
─Yo lo que quiero es perder estos michelines, estar más duro de aquí y aquí, que esta piel no me cuelgue y tener más músculo aquí.
─Entiendo. Además de llevar una excelente dieta libre de alcohol y de comida malsana, dígame ¿cuántas horas de musculación y deporte aeróbico está dispuesto a realizar por día, durante los próximos 10 años?
─Nada en absoluto. Es que no tengo tiempo. Bueno, quiero salir a caminar pero ya si eso a partir de enero que ahora voy liado. Y eso que dices de dieta sana diez años… A mí, mi fin de semana con mi vinito, mis cubatitas y mis paellitas con amigos, que no me lo quiten.
¿Parece exagerado?, te aseguro que es la transcripción literal de una de las cientos de charlas que he tenido de este tipo. Si tu única motivación para cuidarte es no parecer una ardilla voladora cuando extiendes los brazos, no tener apenas grasa corporal y poder lavar ropa en tu abdomen pétreo, esto ya en sí deja una brecha enorme para que a la primera de cambio se cuele la frustración. Pero si encima tus acciones no están en absoluto en consonancia con tus exigencias, pues ya apaga y vámonos.
La disonancia que genera esta situación sólo puede resolverse de dos maneras: o bien ajustas tus expectativas, o bien te pones las pilas y te enamoras de un proceso que conduzca a la obtención de tales resultados. Pero no lo hagas a modo sacrificial con ese único fin, porque cuando te lo dejes de golpe va a ser como soltar un piano de cola escaleras abajo.
2. Moralizar con el comportamiento
“Me he portado mal” o, “lo he hecho súper bien”, son algunas de las frases clásicas que un nutricionista de consulta escucha a lo largo del día.
Todos en algún momento u otro hemos llevado en la cabeza una especie de “karmámetro”. Un chip que nos dice cuán malos o buenos estamos siendo. Esto a la larga también nos boicotea.
Pensamos: “si como limpio y voy a entrenar dos días seguidos, he sido bueno, por lo tanto me he ganado el derecho de ser un poco malo”. Al día siguiente, como mucho y mal, trasnocho, bebo alcohol y me salto el deporte. Y todo esto lo hago tranquilo de saber que me lo he ganado. Aquí lo que no llegamos a ver en el momento es que, a la larga, somos pésimos haciendo cuentas. Damos un paso adelante y tres hacia atrás. Cada vez estamos más lejos de nuestros objetivos, pero además con la indignación de no entender por qué. En definitiva, nos hemos vuelto expertos en sobrevalorar cualquier pequeño esfuerzo y en infravalorar las indulgencias, sin ser capaces de ver cuán frecuentes se han vuelto y cuánto daño nos hacen.
Si en lugar de ir de un extremo al otro, buscamos un término medio que nos ayude a disfrutar moderadamente cada día, es probable que avancemos lento, pero siempre hacia adelante.
3. El éxito que nos conduce al fracaso
Si hemos mejorado nuestra dieta, si ya no tocamos tanto el sofá y en lugar de eso estamos dando paseos, si en nuestra despensa todo lo que hay es sano y además estamos aprendiendo a moderar el tamaño de las raciones y a respetar un horario de comidas, lo normal es que comencemos a bajar de peso. Y este éxito puede dar pie a un nuevo fracaso. Fíjate lo que me dice uno de mis pacientes cuando acabo de tomar sus medidas antropométricas:
─Enhorabuena Cacho, has perdido 4 kilos desde la última revisión y por lo que indica el analizador de composición, en su mayoría, son de grasa. Te felicito por el esfuerzo que estás haciendo y lo bien que estás instaurando tu nuevo estilo de vida.
─¡Buaaaaah! ¡Toma ya!, es que lo sabía, me lo notaba. Sabía que iba bien. Menuda pizza me voy a meter hoy entre pecho y espalda ¡la tamaño “familia numerosa” por lo menos!
Cacho, piensa que está todo bajo control. Todo lo hace por la cifra de peso. Es un sacrificio cuyo resultado le acaba de conceder una nueva licencia. Piensa que si pierde cuatro kilos, puede regodearse un rato en el mismo lodazal fangoso que lo llevó a tener sus 50 kilos de sobrepeso. Al final, parece que le ha cogido el truquillo y sabe manejarlo.
Lo que no entiende Cacho es que sigue enganchado. Sigue siendo un esclavo de esos sabores y en realidad no controla nada. Aparentemente le va bien, pues está siendo controlado por un profesional, el cual además le está dando muchas herramientas, pero en lugar de aceptarlas e integrarlas para hacer un cambio real en su vida, las utiliza para jugar al funambulista. Lo que no sabe es que a la menor racha de viento, todo se irá al garete y caerá nuevamente en ese oscuro abismo llamado obesidad.
4. Llenar de “deudas” a nuestro futuro yo.
Ya estamos en el camino. Hemos suprimido de nuestras despensas todo rastro de comestibles y bebidas perjudiciales. Comer sano, ya es una constante. Nos estamos moviendo. Vamos al gym a diario, salimos a andar y, ¡oh maravilla!, notamos que el pantalón nos baila. Hemos perdido muchos kilos y creemos que ya no hay vuelta atrás. Una sensación de control nos invade y comenzamos a aceptar todo tipo de compromisos. “Total, esto está dominado”─pensamos. Pasamos de ser ultra selectivos con los compromisos para comer, a decir sí a todo lo que surge. Y claro, una vez allí, pensamos: “¿qué demonios?, puedo permitírmelo. Luego sé que lo voy a quemar. Correré una hora más y comeré muy poquito”.
Sin darnos cuenta comenzamos a “hipotecar” a nuestro futuro yo. De repente dejamos de avanzar. Ese ritmo tan bueno que llevábamos se detiene y comenzamos a sentirnos frustrados, pues seguimos entrenando y moviéndonos, y comiendo sano casi siempre. Un buen día subimos a la báscula y vemos que incluso hemos aumentado 3 kilos. No entendemos nada. Sin darnos cuenta, nos estamos auto saboteando.
El único que puede hacer algo por tu futuro yo, es tu yo presente. O dejas de extender carísimos cheques que no vas a poder pagar, o el aumento de peso y consecuente debacle en tu proceso, no tardará en materializarse. La solución pasa por tener compasión por esa persona que serás en el futuro. No lo llenes de compromisos. Modérate en el presente, y utiliza todas las herramientas que tu profesional de confianza te está dando. Si te funcionaron antes, te funcionarán siempre.
De la misma manera que en la actualidad guardas un poco de dinero cada mes en una cuenta de ahorros, pensando en ese viejecillo que un día serás, también es ahora cuando debes actuar con tu alimentación y tus hábitos, para no llegar a un punto en el cual solo existe la frustración y la resignación de no haber podido conquistar una vida más ligera, más saludable, con menos complicaciones médicas y en consecuencia más feliz.
Conclusión
Existen muchas más maneras de boicotearnos. Elegir métodos milagrosos, hacer dietas muy restrictivas, seguir a falsos “gurús”, “infoxicarnos” con internet y las redes sociales hasta estar más perdidos que al principio, tomar productos dietéticos creyendo que nos ayudan, etc. Te acabo de señalar cuatro, que aunque probablemente te suenen, seguro que no habías reflexionado aún sobre estas.
Si de verdad queremos un cambio en nuestra vida, lo suyo sería sentarnos y meditar sobre los motivos que nos llevan a desearlo. Ser realistas sobre nuestras metas y una vez que lo tenemos claro, ser consecuentes con el estilo de vida que nos tocará llevar. Olvidarnos del cortoplacismo y de los falsos atajos es vital también. Pedir la ayuda adecuada a profesionales titulados y colegiados, puede ser el primer paso más acertado para lograr este cambio.
Suele decirse que nunca es tarde para mejorar y estoy de acuerdo. He tenido a pacientes que han perdido mucho peso con casi 80 años. Pero debemos tener claro que cuanto antes tomemos la decisión, menos complicado nos será y menos consecuencias para nuestra salud habremos acarreado.