Imagina que sigues a un famoso telepredicador que te motiva y siempre tiene las palabras que necesitas oír. Ronny Austin (nombre inventado). Tienes todos sus libros, sigues todas sus cuentas de redes sociales. Escuchas cada podcast. Has, incluso pagado un dineral para ir a un curso suyo. En más de una ocasión le has escrito mails, aunque nunca te ha contestado, pues es un hombre muy ocupado. Todo un ejemplo de ser humano. Sonriendo con su familia perfecta, en la foto de la revista “The Good Predator”. Predica para las masas en estadios, tiene su propio jet privado, más de un millón de seguidores en Instagram y asegura saber qué te está pasando y tener la clave para solucionar todos tus problemas. Te da siempre esa dosis de optimismo y positividad que necesitas.
No obstante, tu vida se hunde igual. Ese placebo al que te has vuelto adicto, no es más que eso. Un placebo al que te aferras con fehaciencia. Quieres creer que todo lo que te cuenta tu admirado gurú es cierto y piensas que todo irá bien, que solo es cuestión de tiempo. Pero no. Ni se van tus enfermedades, ni tus finanzas mejoran, ni te promocionan en el trabajo, ni te sientes mejor, ni has perdido peso, ni nada de nada… Piensas: “me estoy hundiendo, cierto, necesito que Ronny me diga qué hacer”. Y allá vas como loco a YouTube a por otra dosis, a ver qué dice el bueno de Ronny esta semana, quien una vez más te explica que lo que te pasa es normal, tu problema es que te está faltando fe. ¡Gracias Ronny! ¡vuelvo a creer!
Un buen día cansado de vivir muerto de miedo a base de inyecciones de anestesia optimista, por recomendación de un amigo, con algo de desconfianza, decides acudir a un psicólogo. Este, comienza a ver tu caso de manera muy personal. Poco a poco va trabajando sobre aspectos que no habías reparado nunca. Te escucha, no te sermonea. Te enseña, no te adoctrina. Juntos, vais yendo a la raíz de tu problema y por primera vez comienzas a ver que hay salida. No es tan fácil ni tan pintoresco como Ronny te contaba, pero ves que puede funcionar.
Pasa el tiempo y llegas a la octava sesión con tu terapeuta el psicólogo y le comentas lo bien que te sientes y le cuentas que tiempo atrás te hacía sentir muy positivo seguir a Ronny Austin y que has decidido volver a escucharlo, ya que sientes que puede ayudar a acelerar el proceso. Aprovechas también para preguntarle cuál es su opinión sobre esta “superestrella”. Tu psicólogo te mira con mirada comprensiva y sin ánimo de menospreciar tu emoción al respecto, reservando su opinión sobre el personaje en cuestión, te pide que de momento te centres en el camino que tan bien estáis llevando. Te muestra cuál ha sido tu progreso en apenas 3 meses y te explica que intentar buscar atajos en este momento tan sensible, podría resultar en algo contraproducente.
La historia de Ronny y el psicólogo no es inventada. Todos los terapeutas de consulta, ya seamos nutricionistas, psicólogos, médicos, preparadores físicos, etc, parte de nuestro trabajo, por desgracia, es enmendar los desastres mentales que algunos de estos “Ronnys” dejan en las personas. Un autodenominado gurú, líder, apóstol, profeta, influencer, healthyeater, o lo que sea, normalmente no está acostumbrado a tratar con casos uno a uno. No tiene experiencia de campo. A él le das igual tú. Él quiere llegar a millones. Ha leído muchos libros de autoayuda, tiene buena imagen, un equipo de producción muy potente detrás y suficiente astucia como para saber rentabilizar su elocuencia.
No es comparable el trabajo de ellos con el que hacemos los profesionales que trabajamos con personas. Mirando a los ojos, escuchando y educando. De igual a igual. Humano a humano. Profesional a paciente.
En el libro Aprendiz de sabio, el psicólogo Bernabé Tierno, habla de la incomprensible capacidad que tiene el ser humano de elevar a otros a nivel de deidad. Nuestra facilidad para atribuir todo tipo de virtud y seguir a alguien ciegamente dejando de razonar con criterio, es algo que no deja de fascinar a quienes estudian el comportamiento humano.
Para acabar esta entrada, simplemente sugerirte, que cuando contrates los servicios de un profesional terapeuta, no lleves detrás todo tu lastre de creencias al respecto de su profesión. Máxime, cuando estas creencias no vengan del estudio y reflexión si no de seguir a supuestos megacracks de éxito convencional. Suelta todo eso. Pon en suspenso tu conocimiento previo. Piensa que eso que llevas es lo que ya llevabas de antes y que de tan poco te ha servido. Piensa que quien tienes delante, va a tratar de conectar con tu yo más personal. Todo ese ruido puede actuar de interferencia dificultando el diálogo. Habla con sinceridad y escucha sin prejuicios. Ayudando a quien te ayuda, te ayudas más a ti.